La historia está llena de esos personajes que gritan ¡al ladrón! mientras te roban la cartera.
Un Estado conformado como enclave militar imperialista contra Palestina y todos los pueblos de Oriente Medio, construido sobre la base del terror y la muerte de decenas de miles de palestinos y palestinas y la diáspora de todo un pueblo, como enclave militar, llama “terroristas” a quienes se niegan a resignarse y siguen resistiendo décadas después.
Israel no es un país, es un enclave militar. Los israelíes no son “ciudadanos de un país”, sino colonos ocupantes de un tierra robada. Quienes hoy les “atacan” salen de la mayor cárcel del mundo al aire libre, la Franja de Gaza, un territorio de 41 kilómetros de largo y 10 kilómetros de ancho ubicado entre Israel, Egipto y el Mar Mediterráneo, en el que “viven” –si a eso se le puede llamar vivir- alrededor de 2,3 millones de personas, una de las densidades de población más altas del mundo.
Los “civiles israelíes” atacados forman parte del ejército permanente del Estado sionista. Valga recordar que el servicio militar en Israel, conocido como la “Tzavá”, existe desde su conformación como Estado en 1948. Todos los hombres y mujeres deben incorporarse al cumplir su mayoría de edad. En el caso de los hombres, dura tres años; y en el de las mujeres, dos. Este es uno de los pilares fundamentales de la “identidad israelí”. Una vez concluido ese periodo militar pasan a ser “reservistas” y quedan al servicio de ser llamados por el ejército en cualquier momento para incorporarse a filas. Los/as reservistas reciben instrucción militar un mes al año, hasta los 51 años.
Así pues, los amigos de Israel, los confesos y los inconfesos, ni condenan la violencia ni quieren la paz, condenan la violencia de los oprimidos mientras legitiman y jalean la de los opresores. Su paz no es otra que la paz de los cementerios para el pueblo palestino.